viernes, 28 de febrero de 2014

49. Canción

Ustedes ya no se acordarán, pero en algún momento les conté que después de operarme se me había borrado casi toda la música del cerebro, y que sólo me quedaban cosas sueltas (y en general vergonzantes) de finales de los setenta-principios de los ochenta. Bueno, pues hoy a las siete de la mañana me despertó una canción. Que por primera vez en meses y meses sonaba DENTRO de mi cabeza. Ésta.
Yo en realidad no creo en las señales ni nada. Pero si el mensaje es que tengo que bailar y dar palmas y ser feliz y tal, bueno. Aunque preferiría que fuera “te hacen falta diez o doce minions, mujer absurda, sal en su busca YA”.

jueves, 27 de febrero de 2014

48. Voluntad

Voy al médico. Es uno nuevo; no es, como los anteriores, de los hospitales, sino de la mutua, vamos, que no está para ayudarme a ponerme bien, sino para comprobar que si cobro la baja es porque sigo estando suficientemente inútil. Cuando entro a su despacho veo un letrero que dice “La VOLUNTAD es parte esencial del proceso de CURACIÓN”. Ilustración: un esqueleto bañado en luz azul.
Oh, sí.

domingo, 23 de febrero de 2014

47. Mi alma (caso de tenerla)

No les escribo porque no tengo con qué. El cansancio se me come las historias. Fui al neurólogo y me dijo que todo lo que me pasa es normal; que me duela la cabeza, que siga con crisis, que hable raro, que se me vaya la boca para allá, que vea lucitas, que tarde días en hacer algo que antes despachaba en minutos, que no pueda con mi alma (caso de tenerla).
El hombre, minucioso y encantador y lleno de preguntas, me cambió las drogas de las convulsiones. En las pastillas de antes los efectos secundarios-estrella eran “náuseas, mareos, agresividad, hostilidad, muerte”. En las de ahora, “náuseas, mareos, pensamientos suicidas”. Lo que no me queda claro es cómo será el mes en el que me toca simultanear los dos medicamentos. Si hay derramamiento de sangre prometo darles todos los detalles. 
Esta semana me tocan más médicos y más papeleos. Yuju. Me han advertido los de la mutua, que se encargan de la baja, que van a controlar mi enfermedad, no a cuestionarla. 
Promete, sí.

lunes, 27 de enero de 2014

46. Aprendiendo a vivir

Pinito y yo estamos de paseo. Nos encontramos con un ex compañero de trabajo (mío) que se para delante de la panadería y nos saluda.
Él: Hola, ¿qué tal?
Yo: Bien, bien, ¿y tú?
Él: Pues fatal, porque resulta que tengo la boca seca y una carraspera permanente, no sé si te lo habré contado...
Yo: Sí.
Él: La boca seca a todas horas y la garganta irritada, como rasposa, una sensación muy desagradable, y he ido a un montón de médicos de varias especialidades distintas, y me han hecho muchísimas pruebas, en el hospital, en la residencia, por el seguro privado, incluso a un naturópata fui, y todos me han dicho que...
Yo [interrumpiendo educadamente]: Sí, que no te preocupes.
Él: Que aunque la sintomatología esté ahí, que por supuesto no me lo discuten, no se ve ninguna anomalía, ni en el escáner ni en la resonancia ni en la endoscopia ni en la exploración ni en los análisis ni en ningún lado, y es tremendo, no solo por el problema físico, sino por la incertidumbre, qué será, qué no será, tendrá cura, cuándo dará la cara...
Yo [resignada]: Claro.
Él: Tengo que ir a todos lados cargando con una botella de agua, imagínate.
Yo [interesada]: ¿Una garrafa de diez litros?
Él: No, una botella de las pequeñas.
Yo: Vaya.
Él: Y he perdido peso, con lo fuerte que estaba yo antes. Y anímicamente me he venido abajo, porque es muy duro.
Yo: Claro.
Él: Se sufre un montón, las relaciones familiares se resienten, es difícil explicarlo...
Yo: Pobre, sí.
Él [valiente]: Y aquí estoy, aprendiendo a vivir con lo que me ha tocado.
En este punto, no sé por qué, siento que se me salta la palanca.
Él: ¿Y tú cómo andas?
Yo: Bien. Bueno, tuve un ataque epiléptico, me encontraron un tumor en el cerebro, me operaron, resultó que el tumor era maligno, me volvieron a operar, y ahora, aun con medicación, sigo teniendo convulsiones de vez en cuando, a veces no puedo hablar y la boca se me tuerce para este lado. Me ha dicho el médico que con suerte estaré al 70% de mis capacidades en seis meses más. Pero vamos, en general, bien.
Él empalidece.
Yo [entre psicópata e informativa]: Ahora ya vuelvo a tener pelo y no se me ven las marcas, pero cuarenta grapas me pusieron en la cabeza. Bueno, ochenta, si sumamos las dos operaciones.
Él [descompuesto]: Y así, ¿de repente?
Yo [definitivamente psicópata]: Sí, sí, nunca sabe una lo que puede pasar, aquí estamos de prestado, el cuerpo es una máquina delicadísima, ya sabes.

Se me ha ocurrido ofrecerme para provocar ataques de ansiedad a hipocondríacos molestos. Seguro que conocen alguno. Precio a convenir.

sábado, 25 de enero de 2014

45. Sonríe

Exterior. Noche (tarde). Ventisca terrorífica. Hasta hace un minuto yo estaba en la cocina, removiendo la sopa y oyendo la radio, pero Pinito, que anda con las tripas revueltas, se acerca y me deja claro que necesita bajar a la calle YA-YA-YA. Así que cualquiera que se asome a asegurarse de que los árboles de la plaza siguen en pie puede verme, luciendo un camisón tres-cuartos de la Pantera Rosa, un pantalón de chándal, una bufanda, un forro polar y unas zapatillas propiedad del Señor Alto (talla 47). 
Miro a la perra (más carroñera que el 90% de las hienas) con bastante odio, pero sonrío. 
¿Y por qué? ¿Porque creo en el poder mágico de la sonrisa, porque no hay nada que no mejore si se le añade una sonrisa, porque una sonrisa sincera tiene más vatios que ningún bombillo, porque la revolución del amor empieza con una sonrisa? No. Espabilen. Es porque hace un rato tuve convulsiones y, aunque duraron poco, se me quedó la boca medio torcida. Y como único no se me nota es si sonrío. En teoría a estas horas no me mira nadie, pero habrá que ir ensayando el procedimiento.
Prepárense para verme con el lanzallamas y una sonrisa, blasfemando, maldiciendo y amenazando con una sonrisa, hablándole al técnico de la lavadora que llega seis horas tarde con una sonrisa, en fin. 
Mañana amaneceré con la boca bien (espero). No pienso sonreír si no hay razones fundadas.
  

sábado, 18 de enero de 2014

44. En alta mar

Hasta ahora había tenido convulsiones en el sofá, en la mesa de una cafetería de modernos, en la cama del hospital, en la ducha, en medio de una jauría de chihuahuas... Las últimas las tuve en alta mar. Hacía viento, llovía, el barco se movía sin piedad, los niños lloraban o vomitaban, según, en la tele daban fútbol y nadie estaba para fijarse en mis muecas y temblores. Además, llevaba la pañoleta y pude taparme. Unos minutitos y ya. No sé si esto se me quitará. A lo mejor dudaré siempre si voy a empezar a torcer el morro eléctricamente o si se trata de otra falsa alarma. Dice el médico que no es grave y que los desencadenantes típicos son el estrés, la falta de sueño, el alcohol y los estímulos luminosos. La vida. Igual si me encierro en una celda oscura, medito, vivo de apio y agua sin gas y duermo 20 horas al día me libro de las crisis.
Pero de resto todo va mejor. He perdido cinco kilos. A mí me parece que a ratos hablo raro, pero el único que parece darse cuenta es el Señor Alto. Camino sin esfuerzo (si no es cuesta arriba), apenas me duelen los huesos, puedo abrocharme botones y cremalleras varias. Ya no tengo clareas en la cabeza y no me toca pintármelas por las mañanas (lo que resulta muy útil, porque ahora llueve casi cada día y así no me preocupo de los chorretones castaños frente abajo). Me pinchan menos. Sigo tomando corticoides, porque se me estropeó el eje hipofisario-adrenal, o algo así, y no se arregla solo. Y muchas medicinas más. Mi colección de pastilleros crece regularmente. En un tiempo saldré en la tele (en un programa de los de por la mañana) presumiendo y señalando todas esas cajitas de colores en sus expositores de cristal.
El lunes, más revisiones. Por cierto, que me ha preguntado mi médico de cabecera si quiero la invalidez. Todavía estoy tratando de recuperar el habla.

jueves, 9 de enero de 2014

43. Optimismo

I. Dice el neurocirujano que mi cabeza y el resto de mi persona van mejor de lo que cabía esperar. El optimismo del hombre me conmueve. Supongo que tendría que cruzar la consulta arrastrándome como una lombriz para que se preocupase. 
Dice, también, que hablo normalmente, aunque a mí no me lo parezca, que mis convulsiones son pocas y van a menos, y que asuma ya que me han hecho dos craneotomías y que estoy más medicada que el demonio; que basta de autoexigencias y expectativas irreales.
Me enseñó las imágenes del interior de mi cabeza en la pantalla de su ordenador. En blanco y negro. Más bonitas, las fotos... Se ve el cacho de cerebro que me falta, que es del tamaño y forma de una goma de borrar. Se ve el resto del cerebro. Y se ve mi calavera. Mola mi calavera.
El neurocirujano no necesita volver a darme cita hasta dentro de seis meses. Bien. Entonces, y solo entonces, dice, verá si estoy en condiciones de trabajar o no. Ah. Mal.

II. Hoy he conseguido ponerme unos vaqueros de antes-de. Y andar, ir a comer, subir y bajar escaleras, dejar que mi casi sobrino Héctor me haga cosquillas, en fin, la vida. Cuando me los quité para acostarme no me dolía nada ni tenía la barriga amoratada.
Háganme la ola. O si eso espérense un poco, que ayer mi madre y yo estuvimos investigando y encontramos en Youtube un programa de ejercicios gimnásticos para combatir la papada, afinar la línea de la mandíbula y dejar de parecer palomos buchudos en pleno cortejo.Van a ver.